lunes, 11 de marzo de 2013

Diario de diseño: Aerith (IV)

No es coincidencia que hasta ahora haya dicho poco y nada sobre el juego en sí, particularmente sobre su ambientación. La cuestión es que todo esto estaba ya bastante firme, y mientras comenzaba las anteriores entradas de este diario de diseño, sentí más ganas de contar sobre las ideas nuevas y los pequeños conflictos, dilemas o problemas que tenía en mente.

Resuelto esto, toca contar un poco de qué va todo. Y ese todo tiene muchas partes. Para no irme nuevamente por las ramas, evitaré por ahora contar de dónde ha venido cada una, y me concentraré en una pequeña clase de historia.

En el comienzo de los tiempos, los Dioses crearon Grinddaln. Como eran Dioses del Caos y del Orden, no pudieron ponerse de acuerdo, y por eso el mundo era indefinido. Muchos Dioses de ambos bandos murieron combatiendo, intentando establecer su primacía sobre la Creación.

Pero ninguno de los bandos se impuso. Crearon al hombre casi por accidente, y pronto descubrieron que podía ser un adorador, incrementando el poder de los Dioses con su fe. Desde entonces los hombres pasaron a ser peones en una lucha sin cuartel. Los Dioses llegaron a un acuerdo: cada mil años, ellos bajarían a Grinddaln y combatirían junto a los hombres de uno y otro bando, tratando de elegir a un bando ganador, que dominaría el mundo y destruiría a los demás.

Así, durante tres mil años los reinos humanos crecieron a la sombra de los Dioses del Caos y del Orden, para luego ser destruidos y devastados con titánicas guerras, que cambian a su vez la forma del mundo. Tal era la destrucción y la muerte que los Dioses Menores, tanto del Caos como del Orden, comenzaron a arrepentirse del acuerdo, y a complotar entre sí.

Poco antes de la Cuarta Batalla, pusieron en marcha su plan secreto. Sus servidores se dispersaron rápidamente por el mundo, ayudados por dones mágicos. Erigieron una red de enormes columnas de metal, las cuales, utilizando la esencia de los Dioses, conocida como Aerith, creó una barrera que dejó a todos los Dioses en el Plano Etéreo. Impedidos de volver a Grinddaln, los Dioses Menores buscaban llevar la guerra a otros lugares, para así salvar a un mundo que quedaba al borde del colapso cada mil años.



La decisión de los Dioses Menores salvó incontables vidas, pero también trajo enormes consecuencias. Las gigantescas cantidad de metal usadas para la construcción mágica de las Columnas dejó a todas las sociedades sin vitales elementos: armas, armaduras, herramientas y utensillos fueron succionados por el poder de los Dioses. Por si fuera poco, Fendal, el principal continente, se partió en tres pedazos. La mayoría de los reinos cayeron en el caos, y los imperios se fragmentaron. Sin Dioses la religión no tenía sentido: la casta sacerdotal desapareció. El orden político y social se quebró, y la economía colapsó, teniendo que recorvertirse a la fuerza para adaptarse a la ausencia de metal. Hubo hambrunas, guerras civiles, miles de refugiados y conflictos de todo tipo.

Casi cien años después, el mundo está en paz, al menos en apariencia. Los reinos sobrevivientes tratan de mantener una endeble prosperidad o intentan arrebatársela a otros. Y mientras algunos buscan metales, y otros apenas tienen lo necesario para sobrevivir, el Aerith, la esencia divina de los Dioses, circula entre las Columnas, corriendo por todo el mundo. Indestructible, poderosa, misteriosa y sin voluntad, pero sólo al alcance de unos pocos.

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